Felicitas cuenta:


Le pregunto por qué llora si me acaba de contar que conoció al hombre de su vida. Entonces, se limpia los mocos, se ríe y me dice que no sabe si es taaaan así, "el hombre de su vida". ¿Acaso lo sabemos? Pero ella llora por comparación. Y cae en la frase hecha de que las comparaciones son odiosas pero inevitables.

"¿Y qué comparás?", le pregunto. Y ella, que es mi amiga desde hace añares y que, cuando llora y se ríe al mismo tiempo, me hace sentir que la quiero tanto o más que cuando la conocí en cuarto grado, me dice: "Lo comparo con mi ex. Viví tantos años de descuido creyendo que eso era estar en pareja que ahora no puedo creer cómo, a esta edad, descubro que hay tipos buenos, de esos que están pendientes de que una esté bien, que te llevan el desayuno a la cama, te abren las puertas del auto, que pueden estar horas y horas acariciándote la nuca sin querer sexo -porque entienden que ese día estás agotada-, que cuando tenés sexo te hacen ver las estrellas, que te dan sin esperar nada a cambio, que siempre están ahí, al pie del cañón, para llevarte, traerte, mimarte. Hombres buenos, Feli. Como Charlie, ¿viste?".

Charlie es el marido de Teresa, otra de nuestras amigas. El marido ideal entre los maridos de nuestro grupo. Charlie es un tipo bueno. Así de simple, como suena. Pero por alguna extraña razón de esta sociedad moderna, los términos "bueno" y "boludo" parecieron juntarse para confundirnos en nuestras elecciones. No sé bien cuándo fue eso, pero se posicionaron juntos en nuestro cerebro. Entonces, buscamos hombres cancheros, superados, galanes, buenos mozos... pura cáscara con el paso del tiempo.

Hay que buscar hombres buenos (que, entendámoslo de una vez: de boludos no tienen nada) de esos que puedan reconocer la verdadera esencia femenina. ¿Existen? Yo creo que sí y más de lo que nosotras creemos. Lo que pasa es que seguimos buscando a los cancheros, superados, galanes, buenos mozos...

A mi amiga, los ojitos se le ponen como un dique de contención a punto de estallar mientras me cuenta que su psicóloga le recomendó abrazar a esa mujer/niña que llora, hacerle un mimo y reconciliarse con ella misma por haberse permitido tantos años de desamor. Lo bueno, le digo, es que ya encontró a ese tipo bueno que la hace feliz. Y si bien no está OK delegar en otro nuestra propia felicidad, contar con alguien en quien descansar es realmente maravilloso.

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