
—Lo siento —murmuró él tan bajito que su voz parecía formar parte de las sombras—. No pretendía despertarte.
Me tensé a la espera de un estallido de furia por su parte y por la mía, pero no hubo más que la paz y la quietud de la oscuridad de su habitación. Casi podía deleitarme con la dulzura del reencuentro en el aire, una fragancia diferente a la del aroma de su aliento. El vacío de nuestra separación dejaba su propio regusto amargo, algo de lo que no me percataba hasta que se había alejado.
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