
Levanté la mirada, intentando soltar una contestación sarcástica, pero su rostro estaba más cerca de lo que esperaba. Sus ojos pendían apasionados a pocos centímetros de los míos, y notaba su aliento frío contra mis labios abiertos. Podía sentir su sabor en mi lengua. Ya no podía acordarme de la respuesta ingeniosa que había estado a punto de soltarle. Ni siquiera podía recordar mi nombre. No me dio siquiera la oportunidad de recuperarme. Si fuera por mí, me pasaría la mayor parte del tiempo besando a Edward. No había nada que yo hubiera experimentado en mi vida comparable a la sensación que me producían sus fríos labios, Eran duros como el mármol, pero siempre tan dulces al deslizarse sobre los míos. Por lo general, no solía salirme con la mía. Así que me sorprendió un poco cuando sus dedos se entrelazaron dentro de mi pelo, sujetando mi rostro contra el suyo. Tenía los brazos firmemente asidos a su cuello y hubiera deseado ser más fuerte para asegurarme de que podría mantenerlo prisionero así para siempre. Una de sus manos se deslizó por mi espalda, presionándome contra su pecho pétreo con mayor fuerza aún. A pesar de su jersey, su piel era tan fría que me hizo temblar, aunque más bien era un estremecimiento de placer, de felicidad, razón por la cual sus manos me soltaron. Ya sabía que tenía aproximadamente tres segundos antes de que suspirara y me apartara con destreza, diciendo que había arriesgado ya mi vida lo suficiente para una tarde. Intenté aprovechar al máximo mis últimos segundos y me aplasté contra él, amoldándome a la forma de su cuerpo. Reseguí la forma de su labio inferior con la punta de la lengua; era tan perfecto y suave como si estuviera pulido y el sabor... Apartó mi cara de la suya, rompiendo mi fiero abrazo con facilidad, probablemente, sin darse cuenta siquiera de que yo estaba empleando toda mi fuerza.
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