Ha llegado el olvido como llega la desesperación, como llega el miedo, el insomnio, el amanecer, la lluvia.
Tal vez no me creas, allá a la distancia (nunca fue tan grande la distancia que no separó, nunca tan grande como ésta que te retiene en la ausencia, te enmudece, convierte lo que vivimos en un puñado de cenizas y en un interrogante. ¿De veras sucedió?).
No recuerdo tus ojos de muchacho, desenfadados, acostumbrados a internarse por caminos vedados, tus ojos acechando el bosque conque defiendo mi mirada, llegando al territorio donde mi niñez corre despreocupadamente, donde mi niñez tiembla de noche porque le teme a la oscuridad, donde mi adolescencia se queda en mí y te llama... (yo no, mi adolescencia, mi caprichosa chiquilla inconformable que no quiere perder una batalla.)
No recuerdo tus ojos.
No recuerdo tus manos delgadas, con venas como los ríos de un mapa.
No recuerdo tus manos.
No recuerdo tu risa, echada hacia atrás como una luz con dos hoyuelos alargados sobre las mejillas, dándote ese aire de hombre.
No recuerdo tu risa.
No, no te recuerdo. Podés hacer una hoguera con tu orgullo, con tu vanidad de hombre que se cree inolvidable, que cree que puede volver en cualquier momento y yo voy a decirle que sí, que cuándo, que a qué hora, que te estaba esperando.
Podés hacer una hoguera con mis cartas. Podés hacer una hoguera donde se quemen también, y para siempre, las palabras que tendí hasta tu oído como un puente de estrellas y flores.
Porque ya no me acuerdo de vos.
Porque ya no me acuerdo; te olvidé... Y si no querés creerlo, no lo creas pero dejame repetirlo hasta convencerme. Dejame, por lo menos intentar este olvido que tarda tanto, que no llega nunca...

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