Cuatro, cinco, seis, siete y hasta dos y tres veces por día. Toda frecuencia es posible en este "estatus sexual". Cierto es que –comprobadas científicamente como simples leyendas urbanas o mitos de dudosa calidad–las consecuencias de tener una importante actividad sexual son siempre altamente positivas. A saber: las relaciones sexuales ayudan a tener el pelo más brillante; estimulan la circulación; ayudan a quemar calorías; funcionan como tranquilizantes, analgésicos y antihistamínicos naturales; alivian dolores de cabeza y pueden combatir el asma y la sinusitis; reducen la incidencia de dermatitis, granos e imperfecciones cutáneas; son generadoras de endorfinas, las cuales causan sensación de bienestar; mejoran la autoestima; permiten consolidar el amor en la pareja; preservan la función orgánica de los genitales; colaboran con el buen dormir; permiten regular el estrés; y como si todo lo anterior fuera poco, aseguran que también aumentan la expectativa de vida. Pero también hay un costado negativo y muy peligroso: dormirse en los laureles creyendo que esta frenética actividad sexual es "lo más habitual del planeta" o "que a todas nos pasa" puede transformarse un error sin vuelta atrás. ¿Conclusión? Estar siempre lista y nunca dejar para mañana lo que puede hacerse hoy… y volver a repetirse mañana, pasado mañana, la semana que viene, la otra semana, etc., etc., etc.…
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